Abdul Rahman GhassemlouAbdul Rahman Ghassemlou con su asistente Abdullah Ghaderi, Madrid, 1988. © Carol Prunhuber.

La muerte de Ghasemlú, cierra la vía a la negociación con Teherán

El Independiente, 18 de julio, 1989, Madrid.

El dirigente kurdo era el mejor interlocutor con los países occidentales

 

París. La muerte de Abdul Rahman Ghasemlú deja tras de sí un amargo sabor a traición y grandes interrogantes sobre el futuro del pueblo kurdo. Gran defensor de la democracia, Ghasemlú, jefe político y militar, mantuvo en jaque a los 200.000 soldados de ejército iraní con sus 12.000 «peshmergas» (combatientes kurdos). Su principal reivindicación se resumía en la consigna del partido, «Democracia para Irán, autonomía para el Kurdistán».

Ghasemlú, de 59 años, nació en el norte del Kurdistán iraní. Fue el último hijo de la última esposa de un señor feudal de avanzada edad. Solía decir que cuando tuviese tiempo escribiría una novela autobiográfica. La primera escena la situaba en 1930, durante una reunión entre Simko, un jefe independentista kurdo y los militares del Sha Reza Palevi. Iban a negociar, pero  Simko fue asesinado a traición en esta reunión. En una casa cercana se oía el llanto de un niño recién nacido.  «Ese niño sería yo», decía Ghasemlú. No sabía entonces cuán premonitoria era esta transposición literaria.

Hábil político y diplomático, Ghasemlú nunca reivindicó la independencia sino la autonomía dentro de Irán.  En sus viajes a España (1987,1988) se interesó mucho por los estatutos de autonomía que se habían alcanzado con la llegada de la democracia. Era un estratega militar pero también un economista, formado en París y Praga, y un valioso interlocutor para los países occidentales. Mantenía muy estrechas relaciones con el partido socialista francés y era amigo personal del ex canciller austriaco Bruno Kreisky.

Elegido  secretario general del PDKI en 1973, su vida fue un largo exilio con periodos de lucha clandestina en Irán. Regresó a su país con el triunfo de la revolución, en 1979 y ese mismo año fue elegido, con un 85 por ciento de los votos, diputado del Kurdistán en la asamblea de expertos elaborar una nueva constitución. Por fortuna no asistió a la primera reunión pues Jomeini había decretado su muerte. El 19 de agosto el régimen islámico lanzó la guerra contra los kurdos y Ghasemlú asumió la lucha armada.

Era un hombre polifacético con un fino sentido del humor, que podía cambiar su vestimenta kurda por un traje sobrio y elegante en París. Podía escribir con gran estilo un discurso en francés (una de las siete lenguas que dominaba) y luego ponerse la pistola al cinto y cinto y comportarse como un guerrero en el sentido más épico del término.

Solía decir que «practicar la democracia a veces cuesta caro» pero sabía que su lucha no era sólo contra el régimen de Teherán sino contra una tradición atávica de paternalismo y lazos tribales en su pueblo. Era ateo, pero siempre respetuoso con la religión de su gente.  Los que tuvimos la suerte de conocerlo sentimos hoy como un latigazo la inexorabilidad de su ausencia.

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