Peshmergas resting
Iraq 1974. The resumption of hostilities , peshmergas resting. Photo:

Entrevista a Carol Prunhuber

Por Valentina Oropeza
El Nacional,
18 de mayo de 2008, Caracas.

“Conocí el Kurdistán en carne y hueso”
La escritora venezolana publicó en abril la primera y única biografía existente de Abdul Rahmán Ghasemlú, el máximo dirigente de la lucha por la autonomía del Kurdistán iraní. De pasada por Venezuela explica cómo tradujo la investigación de su asesinato en una historia en la que el periodismo y la literatura se compenetran para pintar el espíritu libertario de un pueblo

 

Con el primer apretón de manos se adivina su firmeza. El saludo es directo y cortés. Resulta enigmática: su español viene desprovisto de acentos locales y sus pausas orales reproducen, casi con fidelidad absoluta, las reglas de la gramática escrita. Carol Prunhuber nació en Venezuela, su apellido tiene raíces anglosajonas y su estampa encaja en el perfil sobrio de una clásica belleza europea.
Estudió Letras en la Universidad Católica Andrés Bello e incursionó en el periodismo a través de poemas publicados en los años ochenta, en el cuerpo Papel Literario de El Nacional. En abril de este año cumplió una promesa: publicó la historia de negociaciones políticas y ofensivas militares que encabezó Abdul Rahmán Ghasemlú para liberar el Kurdistán iraní del dominio de Teherán.
Recuerda que en alguna de las maratónicas conversaciones que mantuvieron en el Instituto Kurdo de París, o en reuniones privadas en otras ciudades de Europa, Ghasemlú le dijo: “Prométeme que algún día escribirás mi historia y la de mi pueblo”.

Pasión y muerte de Rahmán el kurdo. El sueño del Kurdistán, editado por Alfa, llegó a los anaqueles de las librerías venezolanas a casi 20 años del asesinato de Ghasemlú. Desde el mes pasado, Prunhuber mudó temporalmente sus pertenencias desde Estados Unidos a Caracas para visitar librerías, universidades, estudios de radio y cualquier otro foro que le permita compartir la experiencia de la lucha por la autonomía de un pueblo enclavado en la frontera entre Irán, Irak y Turquía.
La rigurosa pesquisa periodística que Prunhuber vertió en 266 páginas, redactadas en clave literaria, no da con los responsables del crimen y deja la sensación de que no hubo voluntad política para investigarlo. El 13 de julio de 1989, el secretario general del Partido Democrático del Kurdistán de Irán recibió tres disparos, en un apartamento en Viena. Esa noche desafió a su suerte, olvidó hasta la más mínima precaución de seguridad y se sentó a esperar por la llegada de delegados enviados por el ayatolá Jomeini para negocias condiciones de diálogo sobre la autonomía del Kurdistán.

¿Cómo surge su pasión por la lucha independentista del Kurdistán iraní?
Después de terminar la licenciatura en Letras, me fui a París a hacer un doctorado en Literatura. En 1982 tenía 25 años de edad y llevaba la aventura en las venas. Fui al Festival de Cannes y un periodista de la revista británica Time Out me invitó a una entrevista que le  iba a hacer al cineasta turco Yilmaz Güney. Este hombre acababa de sacar una película maravillosa llamada Yol (El Camino), que ganó la Palma de Oro y trataba sobre la represión a la disidencia en Turquía, y ello incluía a los kurdos. Él mismo fue víctima de este flagelo: hizo la película desde la prisión. Sus asistentes le llevaban los rollos a la cárcel, él los editaba, giraba instrucciones y volvían a grabar. Cuando el film estuvo listo, Yilmaz escapó de la cárcel y apareció en Cannes. El Gobierno turco le pidió a Francia su extradición, y Europa vibraba con su historia. En medio del escándalo, tuve oportunidad de hacerle la entrevista como intérprete de francés, y al final de la conversación me tomé el atrevimiento de comentarle que yo era venezolana y no británica. Él enloqueció, quedó muy sorprendido y  me invitó a trabajar con él para ayudarle a establecer contactos con grupos guerrilleros en América Latina. A través de Yilmaz conocí la problemática kurda: empecé a leer sobre el Kurdistán y me acerqué al Instituto Kurdo de París. Allí conocí a Rahmán, durante una exposición de arte kurdo en 1984.

¿Cuál fue su primera impresión?
Me sorprendió lo bien que hablaba francés. Ese día tuvimos una larga charla sobre su vida en las montañas y de cómo era la lucha del Kurdistán para sobrevivir. Él tenía enormes conocimientos de literatura y comenzó a recitarme poemas, primero en persa y luego en francés. Quedé encantada con la cultura de aquel hombre porque gozaba de un pensamiento vanguardista, que había superado el marxismo-leninismo en el que estaban ancladas las naciones cercanas a la Unión Soviética. En vista de que me mostré muy interesada por sus vivencias y las de su pueblo, me invitó al Kurdistán.

Llama la atención que una estudiante venezolana se mude a París para investigar la historia del Kurdistán. Es una realidad ajena a la nuestra.
Totalmente. Me interesé en esto porque conocí el Kurdistán en carne y hueso cuando hablé con el hombre que luchó desde la trinchera kurda contra la revolución islámica. En 1985, un año después de la invitación de Ghasemlú una agencia audiovisual que estaba interesada en el tema me envió a filmar un video.
Transcurría la guerra entre Irak e Irán y Saddam Hussein prohibió los visados para equipos de televisión. Pero llegué con la llave de oro, porque Rahmán arregló nuestra entrada en el Kurdistán iraní. En aquel viaje, todo para mí era una gran aventura. Yo me sentía protegida por los kurdos, a pesar de que no hablábamos el mismo idioma. Sólo cuando una bomba estalló a 100 metros de distancia, sentí miedo realmente y entendí las condiciones históricas en las que vivía aquella población.

En el libro relata desde las vicisitudes que sufrió al visitar el Kurdistán, hasta los resultados de sus averiguaciones. ¿Cómo se ensambla una historia inconclusa con decenas de fuentes dispersas por el mundo, que ni siquiera hablan, el mismo idioma?
Es complejo, requiere de una metodología rigurosa. Por ejemplo, tomé todo el material biográfico que tenía de Jomeini para poder crear el personaje porque era imposible acercarse a ellos por mi propia seguridad. Estudié kurdo, aunque nunca llegué a hablarlo. Escuchaba su música, leía su literatura. La cultura kurda es de tradición oral, así que es difícil disponer de materiales escritos. En aquellas montañas están parcialmente asilados, así que mantienen su identidad con las historias que los padres cuentan a los hijos.

¿Cuánto tiempo le tomó armar el libro?
Resolví la redacción entre 1990 y 1992. Cada vez que entrevistaba a alguien, buscaba diálogos, imágenes, metáforas; simultáneamente, un contacto me llevaba a otro y otro, hasta que armó el rompecabezas.
Como el final de esta historia es abierto, había que tocar cada puerta y me preocupé por tratar de obtener la mayor precisión posible. Todas las entrevistas fueron grabadas y los materiales del Instituto Kurdo de París fueron imprescindibles, porque allí estaba compilado todo lo que se había escrito sobre el Kurdistán. Lo más valioso fue, sin duda, contar con la voz directa de Rahmán Ghasemlú.

Cuando investigó las condiciones del crimen, ¿no sintió necesidad de acercarse a los iraníes para tratar de recoger la otra versión?
No tenía acceso a Irán y tampoco estaba dispuesta a propiciarlo por medidas de seguridad. No quería exponerme; además, el aparato del Gobierno iraní es impenetrable. En 1986 escribí varios artículos sobre el Kurdistán para prensa especializada, y de pronto comencé a recibir llamadas telefónicas en las que nadie decía nada. Aunque escribía activamente, me sentía en zozobra. Cuando iba a reunirme con Rahmán, tomaba siempre muchas precauciones. Todos los que nos reuníamos podíamos servir como pista para llegar a él.

¿Cómo definió los linderos entre el periodismo y la literatura?
Creo que no lo hice, al menos no conscientemente. De hecho, mi objetivo no era presentar una biografía matemáticamente objetiva; más bien intenté pintar los rasgos de un visionario, que no logró consolidar la libertad de su pueblo porque no tuvo tiempo. Frente a una historia como ésta, el periodismo y la literatura se alimentan y se complementan.

 

“La alianza entre Chávez e Irán es utilitaria”

… Carol Prunhuber se declara una apasionada de la Geopolítica del Medio Oriente. La investigación sobre la vida de Abdul Rahmán Ghasemlú y la lucha del Kurdistán iraní por obtener su autonomía del poder de los ayatolás en Teherán la insertaron en el estudio profundo de la cultura persa. Domina con solvencia la transformación de Irán tras la revolución islámica, por lo cual confiesa que no puede evitar sentirse perturbada cuando observa a los presidentes Hugo Chávez y Mahmoud Ahmadinejad profesarse elogios y abrazos. Asegura, casi como un dogma de fe, que la alianza entre Caracas y Teherán no es tan sólida como la propaganda oficialista invita a suponer. “Venezuela está en el patio trasero de Estados Unidos y por tanto es un espacio abierto para que los iraníes se metan en la zona de influencia de Washington. El Gobierno Iraní estará con Chávez, siempre y cuando les sea útil para sus objetivos internacionales”.

Prunhuber advierte que Irán ha quedado aislada debido a las actividades de uranio. “Las políticas contradictorias de Ahmadinejad y la contracción económica han alejado a los inversionistas. Venezuela le ofrece a Teherán asociarse con un país occidental que vive en democracia, y además expresa los mismos intereses en la Organización de Países Exportadores de Petróleo”. A pesar de las distancias culturales y religiosas, Prunhuber observa analogías entre ambas gestiones: “Chávez y Ahmadinejad apuestan por leyes habilitantes; han descabezado a los tecnócratas para sustituirlos por seguidores y han legitimado la eliminación de la disidencia”.

Carol Prunhuber ha seguido de cerca la revolución islámica.
“Mi objetivo no era presentar una biografía matemáticamente objetiva"
El periodismo y la literatura se alimentan y se complementan”

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Carol Prunhuber. Foto de Raúl Romero